En agosto, las redacciones son un hervidero de noticias
absurdas que a nadie importan demasiado. Los informativos tienen más paja que
contenido interesante y cualquier tontería es portada. Ya saben: las malas
noticias son buenas noticias para los periódicos. Este verano ha estado repleto
de malas noticias que han sacado del brete a los medios de comunicación. El
avión derribado en Ucrania, el conflicto de Gaza… y, ahora, el Ébola. Sí, han
oído bien. Ébola, esa enfermedad de negros de la que habían escuchado hablar
poco o nada. Estos días copa portadas y abre informativos.
Existen dos motivos. El primero, como les decía, el tedioso
trabajo de rellenar páginas y minutos de información. El segundo, esta
enfermedad ya no solo es cosa de negros. Vayamos a los antecedentes. El Ébola
se descubre en 1976, en un brote simultáneo en la República Democrática del
Congo y Sudán del Sur, entonces conocidas como Zaire y Sudán. El brote se saldó
con 318 casos, de los cuales 280 acabaron con la muerte de las personas
infectadas. Se trata de una enfermedad con una de las tasas de muerte más
elevadas, en torno al 90%, aunque, a pesar de los diversos brotes ocurridos
desde 1976, nadie se había preocupado tanto por la enfermedad. Hasta ahora.
Éste último brote de la cepa Ébola-Zaire (existen otras cuatro), detectado a
finales de julio en Guinea-Conakry y con la mayor expansión y mortalidad
registrada hasta el momento, nos interesa porque ha traspasado la línea roja.
El hecho de que, por primera vez, el virus haya salido del continente al que nadie
mira implica un riesgo sanitario para Occidente (Norteamérica y Europa). O tal
vez no.
Las medidas de prevención, la capacidad de reacción, así
como la facilidad para transmitir información a la sociedad son infinitamente
mayores en Occidente que en los países africanos. Además, las diferencias
culturales también ayudan a que en Norteamérica y Europa, los procesos sean más
rápidos y sencillos. Por ejemplo, en algunos países africanos, el color de los
trajes con los que los equipos médicos se protegen del virus están vinculados
culturalmente a la brujería, lo que afecta directamente a la expansión y contagio
del virus, puesto que los familiares esconden a los enfermos de los equipos
médicos, y entierran los cadáveres sin cumplir los requisitos de seguridad que
evitan la infección a través del contacto con los mismos. Mientras en España
hemos utilizado un avión medicalizado y perfectamente equipado para cumplir las
medidas de bioseguridad de nivel 4, el más alto y en el que se clasifica el
virus; en África las personas contagiadas comparten habitación. Tal es el nivel
de desprotección en el continente africano que, de las más de 930 víctimas
mortales, muchas son personal sanitario. Entre ellos, Umar Khan, el médico que
lideraba la lucha contra el Ébola. Por tanto, y teniendo en cuenta que aquí, para
trasladar a los dos religiosos (cura y monja) se ha preparado un dispositivo de
seguridad y desalojado un hospital para su atención, el riesgo de infecciones es reducido.
En África, las personas continúan muriendo desangradas por
las fiebres hemorrágicas derivadas del virus. De la Malaria y el sida no nos
hablarán, no son la epidemia del momento, pero se cobran más vidas que el Ébola.
La preocupación por nuestra salud no debería ser muy alta, tenemos la suerte de
vivir al otro lado del estrecho. Justamente eso, y un mínimo de humanidad,
deberían preocuparnos por las vidas y la salud de nuestros vecinos de abajo. No hagamos una película apocalíptica de domingo por un único infectado, que a no demasiados kilómetros de aquí, no hay opción de cerrar un hospital para dos enfermos.
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