Voy a hacer amigos. Ayer, una panda de paletos anacrónicos
instalados en el paleolítico superior dieron muerte, de la forma más salvaje
que se les ocurrió, a un toro. Elegido, así se llamaba el animal, que era el
único del lugar al que no me atrevería a llamar bestia. Supongo que ustedes
estarán de acuerdo conmigo en estas líneas. En caso contrario, son ustedes de
la peor calaña social, que disfrutan con la tortura y asesinato público y
festivo de un animal. Con todo mi desprecio se lo digo. Al resto, a quienes sí comparten
mi opinión, se lo he advertido: vengo con ganas de hacer amigos.
Son ustedes, como yo, unos hipócritas. Somos retorcidamente
hipócritas. Que el Toro de la Vega es una salvajada medieval es cierto, de
hecho, sus orígenes se remontan a esa época. Quienes lo defienden se centran en
el argumento de mantener la tradición, y yo me pregunto, qué les parecería que mantuviéramos
la tradición romana de sacar cristianos a pelear contra las fauces de los más
fieros leones. Supongo que a los defensores de las tradiciones no les importaría
ser devorados con tal de no perder semejante espectáculo, ¿no? Pero dejemos de
lado al paletismo cañí. Voy con ustedes, esa ciudadanía ejemplar que se postula
contra la aberración de Tordesillas en defensa de los animales. Abran sus frigoríficos,
estoy seguro de que tienen unas cuantas cortadas de carne esperando a ser cocinadas.
¿Saben ustedes que para que puedan comerse semejantes delicias han tenido que
matar previamente a un animal? Igual piensan que la ternera que se comen ha
muerto de vieja, pero no. Tal vez crean que las han matado con caricias, pero
no. Puede que hasta se excusen en que seguro que han tenido una vida feliz en
prados inmensos donde pulular libremente, pero no. En cualquier caso, están equivocándose.
Las vacas son degolladas vivas y colgadas cabeza abajo para que se desangren lo
antes posible, las aves electrocutadas y hervidas cuando siguen viviendo para
ser desplumadas con facilidad… Lamentablemente, los animales que consumimos no
viven en libertad, ni son criados con cariño. Las imágenes publicadas
periódicamente por oenegés de defensa animal evidencian unas condiciones de
insalubridad y hacinamiento que distan mucho de una vida digna. Les invito a
que vean uno de esos vídeos, y apuesto a que no son capaces de
llegar hasta el final.
No, la carne que consumimos no es asesinada en un acto
público, festivo. Sus muertes no son celebradas, ni la persona que les da
muerte es jaleada por la muchedumbre. Pero recuerden: para que ustedes coman
carne, han matado a un animal. Y ha sufrido, quizás no tanto como Elegido, pero
no ha tenido la vida ideal que imaginan. Se nos llena la boca hablando del Toro
de la Vega, mientras nuestras neveras sirven de morgue para trozos de animales
muertos. ¿Y si lo único que nos diferencia de los palurdos que defienden el Toro de la Vega es que, ante la muerte de un animal, preferimos mirar a otro lado? Vemos la tortura en el toro ajeno, pero no la muerte en la dieta propia.
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