12.11.11

Se los comen

Quien piense que los profesores tienen una vida de color rosa, se equivoca. Si no me cree, le invito a pasear por el pasillo de cualquier instituto. Yo lo hago todos los días y, cada uno de ellos encuentro una selva amazónica en la que hay todo tipo de tribus: las que se civilizaron hace ya unos años, las que lo están empezando a hacer y, las tribus que todavía practican el canibalismo, les aseguro que, de las últimas, aún quedan demasiadas.
Los partes de expulsados deben suponer un importante consumo de papel al centro. Hay mucho vikingo que, a veces por cuenta gotas, otras por riego con aspersor, llegan a la biblioteca a anunciarle, siempre con hartos motivos, al profesor de guardia la injusticia que acaban de sufrir. Alguna vez, pocas, seamos sinceros, tienen razón. Y es que, si hay muchas tribus, también hay muchos jefes de tribu, y no todos cumplen bien con su misión.
En mis paseos por el instituto, trato de observar cada una de las aulas por las que paso y, al final, entiendo que hay varios tipos de profesores. Están los que no dejan ni respirar y, delante de los cuales, ni las tribus caníbales se mueven. Su tono, su actitud... imponen absoluto respeto. Algunos tienen un buen ambiente en clase, aunque de vez en cuando sacan una faceta autoritaria que sofoca cualquier intento de boicoit. Otros son fármacos puros, cada palabra que dicen sumerge a la clase en un sueño profundo. Algunos parecen amigos de los alumnos y, guardando las distancias cuando es necesario, es un placer estar con ellos. Otros se arrepintieron de ser profesores el primer día de carrera, pero llevan veinte años como docentes, no ponen el más mínimo interés en lo que enseñan, sus clases se acaban convirtiendo en verdulerías o, pero todavía, en el plató de Sálvame. Y, para acabar con ésta clasificación, tenemos a los que hablan suave, dulce, con vergüenza, quizá sean mentes llenas de conocimientos pero, no son capaces de enfrentarse a un grupo de dieciocho niños. ¿Ridículo? No señores, un instituto es como una selva, aquí todo el mundo se transforma y, los niños de papá que en casa no rompen un plato, se convierten en pandilleros. Los macarras de serie, en candidatos a futuros presidiarios. Y los que vienen a aprender, que algunos quedan, tienen que enfrentarse, codo a codo con los profesores, a toda ésta bazofia antropomorfa. O lo hacen, o se los comen.

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