16.1.12

Uno menos...

El hedor era insoportable, por lo que el sacerdote decidió, ante la atónita mirada de la audiencia, cerrar el féretro de un portazo. Roble y nogal que, aunque lacados, todavía olían a la tierra de donde habían sido arrancados. Cubriendo la caja, un crucifijo de metal. Las lágrimas de la zona de la derecha complementaban la sobriedad de la izquierda, que parecía algo incómoda. Al fondo, en lo alto del altar, una bandera española, con un águila imperial al frente. El cardenal lloraba más de lo esperado, transmitiendo un dolor que transgredía lo protocolario. “Echare de menos tus embestidas, maricona”, repetía en su cabeza. La viuda, gélida y arrugada, descansaba sobre una silla de ruedas propia de cualquier película de terror. “Lo que te ha costado…”, susurró cuando la acercaron al ataúd. El monarca, con paso inseguro se acerca hasta el altar, y en una parte del discurso de despedida afirma: “su cojera fue uno de los pilares de la democracia”, el cura se ríe a carcajadas. Definitivamente es un tío de lo más campechano y, cuanto más viejo y delirante, más llano parece.
En el cementerio, el frío de enero reverbera entre las siluetas negras. La humedad y la niebla entorpecen la vista y, una caja de roble y nogal se hunde y queda sepultada bajo una montaña de tierra mojada. Josemari se acerca y le deja una rosa blanca, porque el rojo no les gusta, justo antes de que una losa de mármol cubra eternamente el cuerpo. Cuando la noche inunda todos los rincones, el viejo abre los ojos y sólo ve oscuridad. Encerrado en la caja y enterrado a varios metros de profundidad, saca un móvil que pidió tener en el bolsillo cuando muriese. La ausencia de cobertura sólo le permite llamar a emergencias. Su voz gallega, torpe y estropeada, se hace imposible de entender y, antes de cortar la llamada, la operadora le dice algo que le tenían que haber dicho hace muchos años: “Oye, hijo de puta, ¿Porqué no te vas a dar por culo a otro sitio?”

(ficción)

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