20.10.12

Hacer camino

   Pablo tiene 29 años, es madrileño pero nuestras vidas se han cruzado en Valencia. Vivirá en esta ciudad al menos un par de semanas más, “porque empieza a hacer mucho frío para vivir aquí”. Moreno de piel, barba de más de tres días y con un aspecto más fibroso que demacrado, Pablo renunció a las comodidades de una vida con un padre ingeniero y una madre publicista, y a su chalé en Gandía. Pablo es un hombre de la calle. Pasa las noches en ésta ciudad en una casa okupa del barrio marinero del Cabañal, aunque no sabe cuánto más podría aguantar porque “están vaciando [desde el Ayuntamiento] la mayoría”, pero también ha dormido en cajeros y bancos. Los días los sortea caminándolos, muestra de ello son sus zapatos algo estropeados.
   Siempre va acompañado de una guitarra, aunque no siempre es la misma  ya que en la calle “alguna vez se la han robado”. La última hace unas semanas en Barcelona. Toca unos acordes de alguna canción de Jimi Hendrix, “el mejor guitarrista de la historia del rock”, en su guitarra de treinta euros. Mi compañera de café le pregunta educada, pero insistentemente sobre su vida, y Pablo contesta con una amabilidad que siempre acompaña de una sonrisa. “Dime chica, ¿qué música te gusta?”, pregunta él, sin saber que a ella lo que le gusta es conocer. Y ella, tras dudar, sigue preguntando. Es un trato justo, él ha interrumpido nuestra conversación y nosotros, ella especialmente, nos interponemos entre sus acordes indagando en su corazón.
   Nos cuenta, en cuclillas, que eligió esa forma de vivir por motivos personales, pero no nos los llega a descubrir. Se despide pidiéndonos algo de dinero, y se va, continuando con su camino. Nos quedamos en silencio haciendo cábalas sobre los motivos que lo llevaron a elegir ser un hombre de la calle. Pablo, que tal vez haya perdido el norte por elegir esa vida, busca el sur para resguardarse del frío del invierno, tratará de trasladarse a Andalucía en las próximas semanas.
   Como Pablo, en la actualidad, muchas familias recurren a otras personas para poder sobrevivir. En un momento en el que los comedores sociales atienden a más gente que nunca, la única diferencia entre Pablo y las otras familias es que él eligió esa vida. Hay algo que les une a todos: quieren seguir haciendo camino.

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