20.2.13

Palabras


  A mí siempre me gusta ir un poco contra la corriente. Y, sobre todo, me gustan las palabras. Llamadme raro, pero lo que leéis es lo que hay. En un momento en el que la Educación y las palabras bien escritas parecen cosas del pasado, yo me declaro amante de las palabras. Letras encadenadas con un significado concreto. Son tan mágicas que al unirlas dan lugar a frases y, escalando en el arte de encadenar, podemos llegar a la cima: los libros.
  No podría entender la vida sin libros, como tampoco la entiendo sin palabras. De algunas me gusta como suenan, y de otras como se ven. Melancolía, por ejemplo, es bonita a simple vista, y también al escucharla. Nada comparable con primavera, que no solo suena bien, sino que además, es bonita a la vista y tiene un significado maravilloso. Si yo tuviera que definir primavera en un diccionario probablemente utilizaría otra palabra preciosa: oportunidad. La primavera es una oportunidad para renacer, para comenzar el camino de nuevo, es la oportunidad que se otorga la naturaleza a sí misma para retomar fuerzas y belleza tras el paso del invierno. ¿Quién no necesita una oportunidad de vez en cuando? A algunos les faltan tres o cuatro primaveras, y fíjense como se les ve.
  Las palabras no sólo son belleza. Aunque para mí sean un instrumento de evasión y entretenimiento, también son un medio para comunicarme. Leídas, oídas o interpretadas en lenguaje de signos, en la vida son todo palabras. Sin embargo, algo tan básico como la lengua, está cada vez más empobrecida. Veo a gente de treinta años escribir faltas de ortografía por las que yo les castigaría poniendo sus manos frente al mismo instrumento en el que los franceses de la revolución pusieron el pescuezo de María Antonieta. O peor aún, gente que estudia en la universidad que comete auténticos homicidios ortográficos. De pasar por la guillotina sólo se libran aquellos abuelos y abuelas que no tuvieron oportunidad de aprender a leer porque cuando tenían que estar en clase leyendo a un novel Miguel Hernández, estaban con la escopeta en una trinchera. Aún así, con el paso de las primaveras, muchas de esas personas hicieron lo imposible por aprender. Recuerdo a mi abuela aprendiendo a leer al mismo tiempo que lo hacía mi hermana, hasta que pudo leer algún que otro libro. Una con setenta años, y la otra con seis, cada una con sus condiciones de vida, aprendieron a disfrutar del placer de la lectura.
  Quienes no cuidan la ortografía tienen la oportunidad de hacerlo ahora. La vida les regala la oportunidad de disfrutar de las palabras al mismo tiempo que estalla una primavera en la que lo único que da alergia son las palabras mal escritas.

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